Los híbridos de Michina by Georges Murcie

Los híbridos de Michina by Georges Murcie

autor:Georges Murcie
La lengua: spa
Format: azw3, epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
editor: ePubLibre
publicado: 1975-01-01T06:00:00+00:00


* * *

Esa noche, Josiane Perret se encontraba en Ardèche.

Parecía indiferente a los acontecimientos que alimentaban la prensa y las conversaciones. Caminaba a pasos lentos en el dique de Montpezat-sous-Bauzon.

Jean Terrasse había dejado su auto un poco más lejos, dudando si la joven pasaría a lo largo de la orilla dentro de algunos instantes.

El crepúsculo azulaba el paisaje. No obstante, aún había claridad. Terrasse se aproximó prudentemente a la obra, y vio a la joven cuando volvía desde la otra punta del muro de hormigón.

Dudó en hacerlo en seguida y luego…

Luego no la vio más.

Se había dirigido hacia el agua, de eso estaba seguro, pues debía seguir viéndola desde el lugar donde él se encontraba. Prácticamente no le había quitado los ojos de encima. Estaba allí hacía algunos segundos, en la orilla donde la pendiente se hundía en el agua.

Terrasse corrió pensando en un accidente. Podía haber resbalado. El agua alcanzaba el nivel máximo contra el muro de cemento sostenido entre las dos orillas. Eran aguas profundas y negras, y permanecían en calma; la lisa superficie reflejaba el cielo que se ensombrecía y los delgados trazos naranjas y rosas que se reabsorbían lentamente hacia el oeste.

En pocos instantes, llegó al otro lado del dique.

No vio a nadie.

En vano, examinó la orilla. No había ningún trazo de deslizamiento ni de resbalón. El agua no se había conmovido. Se quedó perplejo.

Si ella se había caído, se dijo, hubiera intentado forzosamente frenar su caída y se hubiera agitado en el agua. Nadie se desliza tan rápidamente y se hunde en tan pocos segundos.

Cogió una gran piedra y la hizo rodar.

Lo que él pensaba…

La piedra levantó la capa grisácea del agua que tapizaba la parte sumergida de la orilla. Un cuerpo humano, y más aún si se debatía, hubiera provocado un torbellino en este lodo casi impalpable.

Con toda lógica, concluyó que él estaba equivocado y miró a su alrededor.

La noche caía suavemente, pero todavía había luz como para distinguir el paisaje que le rodeaba.

En vano lo escrutó. Josiane Perret no estaba…

De nuevo, la recordó en el momento en que ella desaparecía en la ruta, del otro lado del dique.

Terrasse juró sordamente, preguntándose si no había sufrido una alucinación.

La había perdido de vista y ella debía haber entrado en el auto que había alquilado algunas horas antes.

Perjuró de nuevo, en un tono más alto y se lanzó a la carrera sobre el dique.

—¡La muy zorra! —gruñó, escuchando arrancar el motor de un auto.

Estaba todavía demasiado lejos del suyo como para poder retomar su camino y seguirla.



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